20080119

Freud se equivoca, ¿o no?

Sergio ponía la I a la indiferencia, quizá por eso me gusta(ba), platicabamos, sí, pero había siempre un cierto aire de desinterés, de impaciencia y hasta de imprudencia.
Fue hasta después de un tiempo que supe exactamente porqué me gustaba. Había un patrón en mis relaciones no existentes, aparte de ser precisamente inexistentes, eran el escudo protector perfecto del corazón.
Entonces uno se pregunta ¿realmente nuestras murallas sirven para proteger nuestros territorios?
Son pocas las veces en que una frialdad excesiva, la represión exhaustiva de huellas imborrables, la fijación por las causas perdidas o la preocupación por no enamorarse funcionan para que nosotros podamos sentirnos mejor, ser felices y despreocuparnos por un futuro incierto.
Los mecanismos de defensa, según Freud, son algo inherente al ser humano, son parte inconsciente de nuestro actuar que nos mantiene vivos y sin la posibilidad de caer en la locura, pero cuándo hemos inventado nuestros propios mecanismos de defensa, ¿qué tan peligroso es seguir bajo nuestras propias leyes?
Quizá el endurecer el corazón es la más común de todas las autodefensas, si no lo dejamos a la intemperie, nadie podrá robárselo, comerlo y vomitarlo. Pero ¿qué pasa cuando el corazón ha estado guardado tanto tiempo bajo el colchón que ahora salta a relucir a la menor provocación?
Ahora bien, si vuelvo a revisar mi mecanismo, el de las relaciones emocionales imaginarias e inexistentes, viene un dilema mucho mayor.
Uno vive para arriesgarse, para partirse la madre, levantarse, quitarse el polvo adquirido y seguir, pero cuando esas partidas de madre sólo ocurren en la cabeza, es difícil obtener una percepción diferente de lo que en realidad hubiera pasado.
Caminamos entre la gente para revivir nuestra confianza en nosotros mismos, nos acostamos con uno y con otro por validación, corremos a la menor señal de que alguien puede querernos, trabajamos horas extra para no tener una relación, engañamos a nuestras parejas, o simplemente nos refugiamos en nuestra soledad, pero ¿De qué nos defendemos en realidad?
Si Sergio un día decidiera que quizá pudiera llegar a quererme, seguramente yo huiría, con tal de no apostar lo que más tengo de valor, pero como eso no pasa, yo embrutezco por él sin tener una percepción en realidad de lo que podría pasar. Todo queda guardado, registrado y sin la posibilidad de lastimarme, ¿es acaso eso cierto?
¿Nuestros mecanismos de defensa en realidad nos ayudan, o sólo se han vuelto una excusa a nuestra cobardía?

No hay comentarios: