20120109

Trip to New York

Nunca me había afectado tanto el sentimiento de rechazo como cuando estuve en la embajada de los Estados Unidos, esperando a que un cónsul decidiera si era candidato o no para viajar a su acaudalado país. Fueron las dos horas más tensas de mi vida, desde que realicé mi examen para entrar a la UNAM.

Todo empezó mal: el trámite para sacar el pasaporte fue una verdadera pesadilla de la burocracia mexicana; sin embargo, tenía sus ventajas. Como ya había pagado el pasaporte, no había motivo para que lo rechazaran, pero tuve que pasar los típicos “no podemos aceptar su acta porque está vieja” y “su registro civil ya no existe”.

¿Yo qué iba a saber? Nunca había tenido la necesidad de viajar a los Estados Unidos, pero se presentó una de esas juntas laborales a la que tienes que asistir quieras o no, trabajes en Estados Unidos o no. Llené la solicitud DS-160 en internet en un total de dos días. Dos días en los que tuve que hacer un extenso recorrido de mi presente y pasado para escribir, con lujo de detalle, quién soy, qué hago, qué he hecho y hacia dónde voy, no sólo geográficamente.

Luego vinieron las situaciones de temporada vacacional: que si el pavo no tenía quién lo inyectara, que si se hacía con tequila o ron, y entonces tuve que posponer la entrevista con la embajada durante varias semanas. Pero tarde o temprano iba a pasar, no podía evadir el momento por siempre. Además, la junta laboral estaba por ocurrir y se me agotaba el tiempo para cumplir con los deberes.

“Cumple tus sueños… de forma legal”, decía uno de los carteles pegados en la embajada. Yo iba de traje (un traje PRECIOSO que compré especialmente para la ocasión), con una carpeta llena de papeles que acreditaban mi procedencia, labor, estado civil, estado financiero, escolaridad, en fin, todo lo que me sirviera para probar que mi concepto de sueño americano va más con una canción que con la migración.

Dos horas formado y sólo dos minutos para que la cónsul decidiera que todo estaba en orden. Así, sin más. Sólo le bastaron dos preguntas para saber que no mentía y soltó la frase: “Su visa está aprobada”. “I gotta be the luckiest guy in the world”, me dije, mientras salía del edificio esperando que en cualquier momento me dijeran que estaba en Cámara Escondida.

Cuando al fin tuve la visa en mis manos, recibí el correo del jefe supremo donde informaba que la junta se iba a llevar de una forma diferente: íbamos a entrar al nuevo siglo con las videoconferencias, así que nadie necesitaba trasladarse a las oficinas principales. Adiós viaje.

Pero no puedo pensar que todo valió para nada. Quizá algún día junto los 15 mil pesos que se necesitan para quedarse un fin de semana en Nueva York. Tal vez Los Ángeles.