20090918

Balacera en el Metro Balderas

La verdad es que no vi la hora. Muchos dicen que ya habían pasado las 5 de la tarde, incluso los noticiarios, pero a mi me pareció que era infinitamente más tarde; tarde en el día y tarde en el tiempo.

Desde luego que la estación del metro no tenía nada fuera de lo normal: las mismas caras sin expresión del día a día, los sonidos esquizofrénicos de la multitud aderezada con comercio, el enojo, la angustia, el aburrimiento, la pesadez, el hastio, el olor, el calor, la lluvia, todo estaba donde debía estar.

Yo había tratado de mantener toda la carga emocional del día. Esperaba poder encontrar un espacio en el tubo de metal del vagón que tanto trabajo me cuesta alcanzar y llegar lo más rápido, dentro de las posibilidades, a mi siguiente parada.

No podría describir con exactitud qué pasó al siguiente minuto que vi llegar el metro. La gente se apartó, el corazón me dio un brinco y supe que estaba viviendo mi propio terror. Finalmente las casualidades que tanto había esperado se habían reunido en un mismo lugar y a una misma hora, todas menos las que en realidad quería.

Escuché varios disparos, fuertes y contundentes, como cada segundo que se vivió en los vagones aledaños al lugar donde él decidió refugiarse, donde él decidió que valía más la realidad pasajera que la que los demás podíamos percibir; donde él mató a dos y todos morimos un poco con el evento ocurrido.

Y entonces mis emociones parecieron ser nada. Me pregunté, si las cosas hubieran sido de otra manera, si me habría dado tiempo de recordar, de extrañar y añorar; si me había salvado tantas veces para terminar ahí, como el policía o el otro hombre.

Me gustaría saber cómo terminar, cómo aterrizar que la locura es más fuerte que la cotidianeidad. Me gustaría no haber estado solo y tener la epifania (estúpida, por supuesto) de que solo he sido y no he encontrado manera de cambiarlo. Me habrían gustado tantas cosas...

20090915

Reencuentro

En definitiva no se vive igual un temblor al ras del suelo que en el piso 12. Cuando uno pierde el suelo, nunca se siente igual.

Te empiezas a cuestionar y resuelves en 5 segundos de movimiento terrestre lo poco de los 21 años de vida que recuerdas.

Vienen los paseos, las comidas, los llantos y lo que más te pesaría perder: las risas. Yo río mucho, por cortesía de un tumor cerebral inexistente.

Debo confesarle que sus conversaciones me tomaron por sorpresa, pero no tanto como usted cree (el “inge” de la oficina, encargado de decirme que no introduzca mi reproductor a la compu porque está todo viruliento, me recuerda a usted). Creo que es más que nada el imprevisto informático del que fuimos presas, tanto tú como yo.

Hay que ser claros. Y no hay mejor camino a la claridad que la honestidad, por lo que no encuentro otra manera de preguntarle lo siguiente: ¿Qué espera usted?

Lo pregunto con la mayor buenaondez posible J porque en medida de su reacción, yo tendré la mia.

Si fue un malentendido de las nuevas tecnologías, hay que arreglarlo. Si no, también. Por lo pronto puedo mencionarle que fue grato saludarle de nuevo.

Es todo, el trabajo llama y debo hacer méritos. Porque la vida desde el piso 12 se ve bonita, no con un temblor, pero me dicen que el edificio es bastante seguro. Habrá que creer.