El primer día quise fingir hasta que, por un segundo, casi me creí. Los pliegues no eran iguales, el café era nefasto, el camino atroz francamente me parecía tedioso e impensable, creo que sólo era la idea pesada que recaía en mi espalda mientras me bañaba, mientras me secaba, mientras me vestía. Saliendo, la vida no iba a ser la misma.
Caminé al transporte dejando migajitas de corazón, pero con la cara bien en alto. La vida me pasaba poco a poco, en las luces, en el amanecer, en el transcurso, el metro, la escuela, los compañeros.
¿Y qué? Ya no estábamos juntos, ya te habías llevado las canciones y paseos, mi tiempo y mis lágrimas, las pasiones y decepciones, me habías arrebatado todo, dejándolo volar como arena de mar. Y la última vez que hablamos todo parecía tan bueno, tan duradero, tan verdadero. ¿Y qué?
Ahora parece la mejor idea, a lo mejor no, uno francamente deja de saber cuándo es momento de buenas ideas, uno sólo pierde la razón y la conciencia. Y quisiera no deambular en la ciudad con el hueco al centro, con la vida atrás y mis pasos libres de antesala a la nada.
Y por momentos me divido, y me parece increíble que se pueda sentir tanto y tan diametralmente opuesto, y quiero no sentir nada, borrar, olvidar o morir, pero nada al fin. Quitar voces y recuerdos, quisiera no tener enterrado en la garganta el reclamo, las palabras hirientes y las disculpas de corazón.
Quisiera que no hubiera sido así, que no hubieras pesado más tú, o yo; que pacientemente nos hubieran llegado los tiempos justos en los lugares exactos, que hubiera...
¿Y qué? Al fin, soy frío y estoy muerto, no siento y no quiero, me vale madres, igual mañana tengo que fingir de nuevo, igual mañana sí me creo.
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