20110905

Till The World Ends


6:30 de la mañana, corriendo tras el autobús y logrando subir a uno de los escalones para permanecer colgado, contrariando la ley de Gravitación Universal y de lógica en mis capacidades psicomotoras.

Luchar contra la sobrepoblación, la pobreza y el aseo excesivo, o la falta de él, me parece muy desgastante para la hora en que tomo el primer autobús. No hay que mencionar los daños colaterales, como el obstaculizado camino a un mayor nivel cultural o el imposibilitado reestablecimiento de las funciones biológicas, atrofiadas en parte porque no cumplieron su tiempo de recobro.

El primero sólo es la antesala del prolongado camino que dirige a una jornada llena de altibajos. Describirlos traería un sentimiento inevitable de náusea y picazón que sólo se calman con el trayecto inverso. Con el regreso del infierno.

Tengo en mis manos la historia de miles, condensada en un espacio tan pequeño que sólo es comparable con el espacio en que esos miles conviven todos los días a las 7:53 am.

¿Cómo podría quedarme tiempo para ponerme a pensar en el amor, si me han quitado el único espacio en que investigaba ese campo tan lleno de sinsabores?

De regreso sólo existen las historias que no son y el tiempo más perfecto para cada una de ellas: el que no será. Pero las situaciones primeramente mencionadas crecen exponencialmente cuando se han dejado reposar por más de ocho horas. Como el caldo que se deja bajo el sol.

Pobre eres y pobre morirás. Contando tus horas y tu dinero, e intercambiándolos como si fuera el negocio de tu vida. ¿Qué no has aprendido nada?

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