20091104

Pan de Muerto

Qué curioso, morirse el Día de Muertos.

De este fin me quedo con todo lo que está de este lado, lo que es para y del funeral. Con las flores blancas y las lágrimas esperanzadas.

El viernes aprendí que soy un mal soporte emocional, pero que aún quedan reminiscencias de la empatía que alguna vez tuve. Que la tristeza huele a desinfectante para pisos y que los momentos no son como siempre imaginé que serían. Supe que tengo más familia de la que me gustaría admitir o de la que me gustaría conocer.

El sábado encontré que las madrugadas en los lugares donde el aire no tiene smog son más frías. Que la comida natural efectivamente me hace daño y que la familia no sólo rebasa los límites del tiempo, también del espacio. El olor de Chapa de Mota me hizo saber que es un lugar al que regresaré con menor frecuencia cada vez. Y me puse a pensar como en el cortito ese de París: "Me pregunto si alguien irá a mi funeral cuando muera... Bueno, no importa, porque estaré muerto".

Ese mismo día descubrí que es IMPOSIBLE dormir en una silla si no he ingerido una cantidad grosera de alcohol y que la luna alumbra más en un cielo con estrellas. Que no hay hora para comer elotes asados y que la muerte tampoco distingue a la ciudad del campo.

El domingo. El domingo había todavía cosas por saber. Que tengo poca tolerancia a mi familia. Que me siento culpable por no querer convivir con ellos, pero es más mi necesidad de estar solo, sin hijos ni esposo, ni esposa, ni amigos que me acompañen a un funeral. Encontré que nadie puede llorar tanto y que pocas cosas son una razón válida para quejarse en comparación con otras. Supe que un cuerpo puede durar hasta cinco días y que no quiero ir a un funeral nunca más.

Y pude pensar en muchas cosas mientras echaban la colación en aquel panteón de Chapa de Mota. Me gustan las flores y si no me las regalo yo, nadie lo hará. Me gusta la compañía de las personas pero especialmente la mía. Nada me deben y a nadie debo nada. Si me muriera hoy, sabría que todo está bien, porque hoy en día todo y nada son lo mismo. Yo soy de esa idea, todo y nada son lo mismo.

Y regresé, para descubrir que no me gustaría vivir solo, pero que no tendré opción. Que de una agenda telefónica todo es nada. Básicamente.

Pero el lunes, el lunes las casualidades me salieron debiendo. No porque no ocurrieran, sino porque ya no valen. Hay que ansiarlas y no saberlas para que pasen. Y finalmente todo quedó bien. Todo tiene un cierto equilibrio, tanto que molesta. Y entonces ya no sé cuando volveré a aprender tanto otra vez.