20090918

Balacera en el Metro Balderas

La verdad es que no vi la hora. Muchos dicen que ya habían pasado las 5 de la tarde, incluso los noticiarios, pero a mi me pareció que era infinitamente más tarde; tarde en el día y tarde en el tiempo.

Desde luego que la estación del metro no tenía nada fuera de lo normal: las mismas caras sin expresión del día a día, los sonidos esquizofrénicos de la multitud aderezada con comercio, el enojo, la angustia, el aburrimiento, la pesadez, el hastio, el olor, el calor, la lluvia, todo estaba donde debía estar.

Yo había tratado de mantener toda la carga emocional del día. Esperaba poder encontrar un espacio en el tubo de metal del vagón que tanto trabajo me cuesta alcanzar y llegar lo más rápido, dentro de las posibilidades, a mi siguiente parada.

No podría describir con exactitud qué pasó al siguiente minuto que vi llegar el metro. La gente se apartó, el corazón me dio un brinco y supe que estaba viviendo mi propio terror. Finalmente las casualidades que tanto había esperado se habían reunido en un mismo lugar y a una misma hora, todas menos las que en realidad quería.

Escuché varios disparos, fuertes y contundentes, como cada segundo que se vivió en los vagones aledaños al lugar donde él decidió refugiarse, donde él decidió que valía más la realidad pasajera que la que los demás podíamos percibir; donde él mató a dos y todos morimos un poco con el evento ocurrido.

Y entonces mis emociones parecieron ser nada. Me pregunté, si las cosas hubieran sido de otra manera, si me habría dado tiempo de recordar, de extrañar y añorar; si me había salvado tantas veces para terminar ahí, como el policía o el otro hombre.

Me gustaría saber cómo terminar, cómo aterrizar que la locura es más fuerte que la cotidianeidad. Me gustaría no haber estado solo y tener la epifania (estúpida, por supuesto) de que solo he sido y no he encontrado manera de cambiarlo. Me habrían gustado tantas cosas...

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