20091127

El día que se suponía no debía llegar jamás

Conté las horas para que el momento llegara. Finalmente, como todos los hechos que me he ofrecido a esperar y que a su tiempo y espacio han llegado, no fue como lo imaginé. Ni siquiera rozó en lo que mi desesperada imaginación me ha tenido sometido, fue, más bien, como todo lo que no me he atrevido a imaginar por temor a no distinguir la realidad de lo que no se puede palpar.

Ahora tengo colgado sobre mi pared un calendario indefinido, con horas altaneras y promesas que se atolondran como las hormonas de esa juventud que en mí he creído perdida.

Tengo marcadas dos fechas importantes: la del día que abra los ojos por segunda vez y la del día que él llegue. Podría decir, casi con una hastiada certeza, que las fechas marcadas son notables hasta que no pasan. Después, no pasa nada.

Siempre supe que el camino se abriría, como cuando uno ve por primera vez el mar y le parece infinito. Había pronosticado que la vida sería lo que pasara mientras este camino comenzara a tomar forma. Así fue. Pero ahora debe haber un paso cauteloso y juicioso en este rumbo que tan de repente se formó.

Por fuera está este hombre que dice no querer nada. Por dentro está el niño que todavía no tenía esa barba que ocultaba su rostro y que pensaba que el amor era la fuerza más poderosa del mundo. Sí quiero y quiero mucho todavía.

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