20100411

Flor de un día

Tus amigos son unos imbéciles. Vámonos a tu casa y déjame quedarme en tu cama, que tengo mil cosas para contarte. Eso le habría dicho ayer, seis años después de la primera vez que pasé una noche con él, al hombre que ahora ocupaba el lugar del adolescente que yo amé.

Debo admitir que estaba aterrado cuando me dijeron que Manuel iba a estar presente en la reunión que se organizó para saber de los viejos amigos, para recordar viejos tiempos y para revivir los mejores momentos de nuestras vidas.

Podía asegurar que no iba a llegar, hasta que subió la escalera del bar y nos saludamos. Como si los últimos años de ausencia se hubieran ido con el humo de mi último cigarro, como si el tiempo no nos hubiera pasado por encima, así nos abrazamos.

Entonces regresé a mis 15 años, a los tardes de clases de inglés y horas de café internet. A cuando me agarraba del hombro y me apretaba para que le hiciera caso. Inevitablemente, no pude hacer otra cosa que seguir su camino, como cuando tenía 15.

Una fiesta con una generación a la que ya no pertenecemos, mayor resistencia al alcohol y el cansancio pesado del trabajo semanal me hicieron darme cuenta que sólo fueron nuestros corazones los que se quedaron estacionados en 2003.

Me acordé de lo mucho que me dolieron las cosas con él, de lo que aprendí y que la fecha forma parte de mi instructivo personal. Todo volvió con una intensidad tan vívida, que los recuerdos se extendieron hasta la realidad presente, haciéndola parte de ellos.

Y volvió todo: él con su novia y yo con mi "algo". Sin embargo, siempre me dice lo mismo: "Hay que salir, pero sólo tú y yo".

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