20111111

¿Quién no se enamoró de su amigo heterosexual?

Y ustedes se preguntarán: ¿Qué hacía un chiquillo de 15 años haciéndose pasar por un adulto sano de 23? Ni yo mismo lo sé. Simplemente se me presentó la oportunidad anual de encontrarme con él y hablar; sólo hablar.

Sí, una vez al año es suficiente para ocultar los hedores y permanecer serenos; al menos eso me he repetido los últimos diez años. Estaba de espaldas cuando sabía que ya había llegado. Inmediatamente me agarró de los hombros y me negué a voltear, pero pudo más su insistencia y su petición de un abrazo.

Es gracioso porque semanas antes había tomado la decisión de cortar cualquier tipo de contacto. No le veía caso pues ahora tenía mi propia familia, mi hogar de hierro, mi "verdadero y único amor". Sin embargo, como siempre lo ha sabido hacer, regresó para ofrecerme su lado más honesto.

"Sabía que sólo contigo podía hablar de ésto", me dijo con esa complicidad que me hacía pensar que jugábamos para el mismo equipo. Me habló de su vida, de su familia, de sus labores, sueños y esperanzas. Usó frases gastadas, pero me revolvió el estómago con una sola: "Lo llegué a pensar".

"Lo llegó a pensar", me repetí una y otra vez mientras me acordaba de las veces que estuve enfermo y amargo, de los años que yo me le había adelantado a "pensarlo". Cada vez es igual: se toma el atrevimiento de tambalearme y se deja fluir un rato, hasta que su realidad lo demanda.

Se nos deshicieron las horas como pan remojado en leche. Descubrí que por él no abrazo a la gente. Me enfermé por breves minutos de locura y amor primerizo, pero ahora soy más listo. Al menos eso dice mi certificado.

Si mi experiencia no me falla, las cosas no van a cambiar su curso en otro año o más.

Al día siguiente se me vino encima el otro capítulo de mi biografía, el que preferiría borrar en la edición final y no humillarme frente a nadie más, porque, en un acto de absurdísima casualidad cronometrada, llegaron los dos con sus carretas y caballos.

Tan simple como abrirles las puertas. No les digan que yo les dije.

1 comentario:

Alberto Aradraug dijo...

Qué triste. No te conozco, pero a través de esta historia percibo a una persona honesta y transparente. Es verdad que notamos a veces que hay gente demasiado importante, tanto que modifica nuestros hábitos, nuestra manera de percibir el mundo y coexistir con otros. No es el destino quien nos ha colocado esas estorbosas incompatibilidades, sino uno mismo, que no se da cuenta a tiempo de las consecuencias que pueden tener. Pero descuida, tenemos a favor el factor tiempo, aunque si insistes en permanecer así, ni todo el tiempo del universo será suficiente.