Me imagino de rodillas dentro de una gran iglesia vacía repitiendo el mismo versículo como poseído por horas y horas, porque siempre fue mi favorito y porque me conforta el alma. Entre cada oración se me salen las lágrimas porque todo el mundo me ha repetido que he perdido el camino. Y yo siento que nunca lo tuve.

No voy a negar que me sirvió mucho madurar de chingadazo. Que aventarme del edificio sin saber abrir el paracaídas me ayudó a enfrentarme a mí mismo y mis capacidades. Puedo garantizar con gran arrogancia que dos de los 10 platillos que intenté en la cocina me quedan espectaculares, pero nada más.
Desde luego que la vida desde el sur de la ciudad no es igual; estaré más lejos, pero estoy más cerca que nunca. No abandoné todo del todo, pero sí me dejé llevar por lo que creía que sería la mejor de las oportunidades. Lo fue, en su momento.
Fue el año de más cambios, los más fuertes, los más importantes. Me abrí paso al mundo para descubrir que está mucho más complicado de lo que esperaba, pero que no estoy solo. Que voy viajando acompañado y que, si me caigo, tendré manos afectuosas dispuestas a ayudarme a levantarme.
Como otros años, y en lo que espero sea una maravillosa tradición para el futuro, agradezco infinitamente el amor incondicional, puro y tierno de +Daniel G, quien no sólo ha estado ahí, pendiente de mis cambios y transformaciones, sino que pacientemente me ha arropado en los momentos de más dura turbulencia.
A mis amigos, compañeros y compadres: mil gracias por su existencia. Yo no sería yo si no los tuviera a ustedes en mi camino. Seguimos andando y seguimos cabalgando. Y si alguien se lo pregunta, el primer párrafo es sólo parte de mi herencia cristiana.


